Alguien me dijo que en ella arden siete almas que la ayudan a soportar mi cuerpo. En su ternura de primorosa sonrisa me dejaba caer una vez acabado el tránsito del tiempo.
Juntos fuimos la cabeza del Imperio y el equilibrio del universo provenía de nuestro amor.
En ella, crecían las rosas y el día era un ave que descansaba entre sus mansos pechos.
En ella, el descanso y el amor eran simples como su sonrisa.
En ella, su cuerpo era la mas sublime de las entregas. Sus brazos sobre mi pecho, cada mañana se volvían el escudo perfecto para emprender el camino designado.
En ella, la lluvia era otro volcán.
En ella, el descanso y el amor eran simples como su sonrisa.
En ella, su cuerpo era la mas sublime de las entregas. Sus brazos sobre mi pecho, cada mañana se volvían el escudo perfecto para emprender el camino designado.
En ella, la lluvia era otro volcán.
Fue lo más bello de los días y el mejor refugio de mis largos desvelos. A su lado, mis máscaras eran solo una utópica amenaza extinguida.
Acuné en su vientre todas las esperanzas y todos los sueños, que hoy me reclaman su presencia. La locura se presentaba en sus ojos, como la más sencillas de las luces, que avivaron mi pasión.
Éramos amantes furiosos, que incansables rodábamos en el sudor de los recodos agitados de la noche, que hoy me reprocha.
Ya casi no recuerdo la fecha exacta en que el dolor se apodero de mí. Pero si recuerdo el desconsuelo sutil que beso mi frente aquella mañana. Su ausencia era la presencia insensible y atroz del destino y en el lecho su esencia oprimía la ira dándole lugar a la penitencia.
No conozco los demonios que agitaron mi ferocidad pero sé que me doblegaron hasta que mi mano selló en su piel el terror. El amor, que aún me ilumina, me tornó dictador y encaramado en la soberbia, solo averiguaba como apoderarme de su aliento. Envenenada mi sangre de celos, solo la pretendía para mis ojos.
A mi lado su luz se apagó. Absorbí hasta la última de sus hogueras en mi locura. Las mismas hogueras que hoy me torturan con las navajas de la soledad. Agoté sus almas en el egoísmo sádico de mis deseos, hasta perderla.
Ahora, solo soy un astro que persigue el perdón alrededor del planeta. Mis pasos van detrás de sus pasos, buscando la liberación en sus labios. Sé que también, en ellos encontrare mi muerte. Igual voy escudriñando valles y montañas. Como un perro amarillo olfateo los cerros buscándola.
Pero las oscuras sombras me ocultan su blanco cuerpo de nácar. Mis rayos extienden su impotencia, tratando de alcanzar una brisa lejana de su gracia, pero es inútil, la condena y el martirio están sutilmente fraguados. Algunas veces me engaño creyendo sentir su corazón palpitar incesante, cerca de mí, pero es solo otra quimera de mi desesperanza.
Le hablo a la noche que la protege pero no recibo respuesta. El eco de mi voz, que alienta su nombre como una bandera blanca, regresa intacto del abismo.
Grita mi furia contenida porque ella no está. El océano me muestra como en un descuido, su perfil frágil sobre la superficie. Pero es solo una imagen que se apresura a desaparecer.
Es mi culpa y no otra la que me sacrifica en este cielo postergado. Si solo pudiera hablarle una vez. Si ella me diera la oportunidad de demostrarle que ya no soy ese hombre equivocado. Quizá, seria posible el encuentro.
Las aves de la miseria comienzan a devorar lo poco que resta...y sigo el camino. Me duele su ausencia y mis anhelos de encontrarla se comienzan a disolver en el horizonte.
En algunas ocasiones mi objetivo es un satélite cercano. En su descuido me acerco a su espalda perfecta y mi luz se apaga cediendo despacio al momento de acercarme a ella. La tierra se estremece y puedo sentirla. Me aproximo despacio deteniendo mi brutalidad para no asustarla. Su cuerpo me eclipsa y la tierra abre sus entrañas.
Quiero hablar pero me silencia el temor y ella, implacablemente me sentencia, siempre de espaldas. Sé que espera algo que no llega ni nace. Es mi oportunidad y siento que se me escapa enredada en las horas.
Finalmente se atan las palabras y me oculto. La dejo ir con la necedad de mis dientes apretados.
Ojalá mis brazos pudieran retenerla y suavemente volver a recorrer sus labios, sin cansarme de su ternura infinita. Pero entiendo un solo camino. Y siempre es el más fácil.
Sus almas reconocen mis almas e indudablemente reconocen mi cobardía. Quien lo hubiera pensado. El gran guerrero es un cobarde.
Sé que subestimo su fuerza. Distingo que lo único que me espera, es esta eterna culpa de saber que su vientre de plata no acunará mis ansias de eternidad. Le he negado y me he negado la oportunidad, escapando por esta puerta sin llaves y sin retorno.
Sé que la he perdido.. Porque solo hay una luna con siete almas. Y esa es la mayor de mis condenas
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