jueves, 3 de marzo de 2011

Monólogo de la luna ( 02')

       
      Voy huyendo del amor  y cierro mis ojos para que el universo me reciba. Soy un blanco espectro que transita eternamente confundiéndose en el día, porque hace milenios, mi cuerpo se deshizo para que el dolor no lograra tocar mi carne.
              Mi esposo me persigue en noria incansable alrededor de la tierra. Y aunque en mi corazón, él es infinito y profundo, como el mar que nació de mis lágrimas, debo refugiarme entre las altas montañas advertida por el alba.
              Nuestra historia nace con el mundo y con él fue creciendo. Miles de años atrás, fuimos creados de la arcilla palpitante,  del fuego y el frío para estar juntos. Nuestros cuerpos fueron moldeados por el agua;  y en el viento,  llegó el espíritu que nos diferencia.
            Él, el sol, astro supremo, dios guerrero de brutal sentencia, con la estirpe de la pasión, germinó como amo y señor del planeta. Y su amor fue el alma de las tormentas que azotaron mi cuerpo. En él, tres almas  se manifiestan como motores de su rebelión.
            Yo, la luna, mujer espejo, hembra primera de vientre fértil y pechos hinchados de vida y alimento, fui amparo de su travesía. En mi, siete almas me consagran y me condenan. Apuntalan mi naturaleza para cobijar la furia de su nombre.

Uno al lado del otro éramos el mismo ser, concebidos para amarse, en la pureza y la total entrega. Nos rondábamos con la incesante locura que desciende de la pasión al cansancio,  en una eterna ceremonia que el cielo  aun conmemora. No había tristezas, no había sombras, no había miedos. En comunión, el llegaba de la jornada dispuesto al amor y sus manos hablaban de la miel y la ternura. Nada más importaba, solo él, yo y el universo procedente de nuestros cuerpos.    

    Pero las tristezas, las sombras y los miedos no tardaron en llegar del lodo oscuro que crece entre los muslos del dolor. Se amarraron a mis ojos como profundas huellas que sellaron mi destino.
     Vi en el astro que amaba iluminarse los temblores y la bronca fue un látigo que se precipito sobre mi sangre y castigada por la herida descendí,  temblorosa, sobre la superficie de los lagos. No pude comprender el mutismo ni el frío, pero al mirarme en el agua mansa descubrí negras aves, rondar hambrientas, en mis ojos. El desconsuelo  me encadeno sin escapar de los años y poco a poco tomo mi trayecto
           Trate de mantenerme firme a su lado pero llegaron uno tras otro,  los  golpes obstinados que hasta el día de hoy se mantienen como una advertencia en mi rostro. Esta vez mi fuerza se deshizo, y el llanto fue posterior. En la angustia de saber que la crueldad lo enceguecía, decidí escapar. Suplicando la protección de los dioses que cabalgan en las brisas, menguando mi cuerpo, me deslicé de sus brazos.
      Cuando despierte- pensé.- ya no tendrá mi abrazo firme ni podrá besar mis labios, tampoco podrá tranquilizarse en mi mirada. A su lado el viento le hablara de la soledad y solitario quedará, en aquel que fuera nuestro lecho, el olor confundido de nuestros sexos.
Cuando despierte- pensé- estaré al otro lado del mundo, oculta en la noche amiga. Y él no estará a mi lado indagando en mis sueños para comenzar el ritual. El ya nunca jamás volverá a arder en mi cuerpo.
    Recorrida por extraños ríos emprendí mi camino, siempre huyendo.
Detrás de mis pasos, sé que viene acercándose. Rápidamente suelo  esconderme entre los cerros.
 Algunos días, cuando el cielo se limpia y su corazón se tranquiliza, me mimetizo en el azul misterio y me acerco para observarlo en silencio. Lo contemplo durante largas horas y cuando las primeras estrellas se avecinan, anunciando el final del hechizo, regreso a mi eterna noche. Y en mi solitaria rueda lo dibujo con el  recuerdo, estremeciéndose mi pálida piel como si sus manos me quemaran nuevamente. Se abren los íntimos intersticios de la piel y en la frenética entrega, el sufrimiento en un bramido, sobresalta las lóbregas horas.
           
      Tengo  bronca del destino y reclamo a mis lágrimas, como el bálsamo tierno de este sendero. Este sentimiento es una rosa de espinas de acero que hieren el manto negro que se extiende, cuando llega mi paso cansado. Si, es una rosa de acero que se repite incansablemente palpitando en el sufrimiento.
  Algunas veces puedo escuchar su voz suplicando mi regreso y mi ánimo reclina un instante, suspendiendo mi carrera. Pero sé bien que en mi cuerpo, no cabe un golpe mas de la ira de su raza y sigo resignada aceptando el signo que pende sobre mí. Errante sigo la elíptica nostalgia de su ausencia.
              En ciertas ocasiones el cielo que cubre  mi marcha ha toma extrañas dimensiones. Algo extraño sucede, a mí alrededor las mareas  crecen desbordando los presagios. Un grito alborotado de animales  se confunde con el silencio aterrado de las palabras. Entonces y solo entonces, dejo que  se aproxime como intentando que de sus palabras  salga el final preciso.
   Puedo sentirlo en aquel momento y mi espíritu se conmueve, pero no giro mi cuerpo. Me paralizo y solo puedo pensar en correr a sus brazos y cobijarme de toda esta soledad, que me invade desde que cobardemente, me aleje de él. Algo detiene sus palabras y mi terror espera otra vez el golpe. Me asfixia el llanto pero no lo libero. Una vez  más pasa el eclipse. Una vez mas  ha callado. Una vez mas me ha demostrado su cobardía. Una vez más hemos perdido la oportunidad.

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