Le quemaba el hambre,
las manos le arrancaban
en gajos
los sueños
y se sentaba en la vereda
esperando.
El canto le abría huellas
y la niña
lo miraba todo
con ojos redondos de
cíclico misterio terrestre
y oceánico,
riendo
donde otras niñas
se vestían de blanco.
aquella niña de barro
llevaba los pies descalzos
y se le abría la piel
en rojos volcanes
provocados por el sol.
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